Al entender la utilidad arcaica de
las alergias, uno se puede dar cuenta de lo genial que es la Madre Naturaleza,
y responder a la cuestión obsesiva del “descodificador”: ¿Para qué sirve la
alergia? ¿En qué es una solución bio-lógicamente perfecta?
Para comprender el por qué y el
cómo de la alergia, debemos empezar por decir algunas palabras sobre el
alérgeno. Precisaré en primer lugar que le diccionario define alergia como “una
modificación de las reacciones de un organismo ante un agente patógeno cuando este
organismo ha sido objeto de un ataque por parte de este mismo agente”. Desde
una perspectiva estrictamente médica, el alérgeno (ej.: un grano de polen) es
un componente químico patógeno ya detectado que provoca una reacción
inmunitaria del organismo (ej.: una rinitis alérgica) para combatir este
elemento indeseado.
Por supuesto, nosotros los
“descodificadores”, tenemos un punto de vista diferente porque consideramos al
alérgeno como a un elemento que reactiva el recuerdo de una vivencia y sobre todo del estrés
específico con el que se relaciona, algo que nosotros llamamos “el recuerdo de
la primera vez”. De hecho, vivimos este mecanismo una cantidad incalculable de
veces al día porque siempre encontramos alérgenos de todo tipo que nos llevan a
vivencias espec íficas. Por suerte, la mayor parte de ellas no provocan
reacciones fisiológicas.
Por ejemplo: pasamos por delante
de una panadería y sentimos el buen olor del pan caliente que sube por el
respiradero. En una fracción de segundo, podemos vernos propulsados a nuestra
infancia, ese olor tan específico que nos lleva al recuerdo de la tradicional
salida del domingo por la mañana con nuestro padre, quien nos relvaba con él a
comprar el pan recién hecho a la panadería del barrio donde había el mismo
olor.
Por ejemplo: escuchamos en la
radio una canción que no hemos escuchado en años. Esta nos lleva, en una
fracción de segundo, al recuerdo de las vacaciones de nuestros quince años. Ese
año, esta canción estaba en una buena posición y sonaba muy a menudo.
Por ejemplo: nos invitan a cenar a
casa de unos amigos y el ama de casa ha condimentado un plato con una especie
de un gusto muy específico. Este gusto nos lleva, en una fracción de segundo,
al recuerdo de un viaje hecho hace unos años a un país más bien exótico en el
que esta especie se utiliza mucho.
Todo esto funciona por una
asociación de idas, una cosa lleva al recuerdo de otra, tanto si es agradable
como si es desagradable, o incluso muy dramática. Sin duda, ese olor a pan
caliente que sube por el respiradero nos puede llevar a miles de momentos de
nuestra infancia o a la desaparición trágica de nuestro padre; esa canción
puede llevarnos a los primeros momentos de libertad total de nuestra
adolescencia o a un inmenso desengaño amoroso que habríamos vivido ese mismo
año.
Con esto se sobrentiende que el
alérgeno puede tratarse de una molécula química detectable por la piel, por las
células olfativas o por las papilas gustativas; pero también una imagen, un
sonido o un contacto. A veces incluso, tal y como trataremos más adelante, el
alérgeno puede ser un concepto o un símbolo.
Habitualmente, estas asociaciones
de ideas inducen solo a recuerdos y/o a emociones agradables o desagradables.
Pero también pueden generar respuestas bio-lógicas a veces muy reactivas, con
la única diferencia que la asociación de las ideas y la alergia sería
simplemente la consciencia.
Naturalmente, si somos conscientes
de la relación entre una información de presente y un recuerdo del pasado
agradable, desagradable o dramático, no podrá haber una reacción psicológica
tal como una alergia. En este caso, nuestro cerebro arcaico no está obligado a
intervenir porque, de manera consciente, creamos el vínculo entre las dos
informaciones.
Por lo que llegamos a la siguiente
conclusión, si hay síntoma (del tipo que sea) hay conflicto activo, y es
precisamente lo que se libera en la consulta.
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