¿Qué es el carácter, cómo se desarrolla?
El carácter se define como una marca, como una señal. En conjunto,
son las características de algo, de un ser. Por ejemplo, como dice el
dicho, si camina como pato, tiene plumas como pato y grazna como pato,
tiene carácter, características, de pato y seguramente es un pato.
Según nuestro humor, nuestra forma de enfrentar los placeres o los
problemas y demás señas, se dirá que tenemos un buen carácter o un mal
carácter, es decir, tenemos buenas características o malas.
Y esa evidencia exterior no es sino el reflejo de aquello que somos.
¿Soy un ser agradable? ¿De tanto en tanto más bien parezco un viejito
gruñón? ¿Puedo o no puedo controlar el afán de placeres y
autogratificación? Nuestros actos, nuestras palabras, nuestros gestos,
evidencian qué somos y nuestro carácter.
Para desarrollar un buen carácter, los griegos nos enseñaron dos virtudes fundamentales: el valor y la fortaleza.
El uso del valor y de la fortaleza permitían al griego antiguo, y
todavía a nosotros en pleno siglo XXI, alcanzar un estado de paz
interior, una nobleza y una plenitud del ser, que llamaron
respectivamente Àταραξια, Ευδαιμονια yαρετη´ (ataraxia, eudaimonia y
arete).
¿Qué es el valor?
Los griegos llamaron valor al “ανδρεια” –andreia– y según el filósofo griego Platón es una especie de conservación
de la opinión formada por la educación, conforme a la ley, de las cosas
que se deben temer y las cosas que no se deben temer.
La andreia le daba sus características propias al hombre, al que llamaron Ανδρος –andros–.
¿Sería acaso que un “andros” sin “andreia” no podía ser tal? Pareciera
que semejante criterio adoptaron los romanos al relacionar al hombre –en
latín, viri– con sus características o “virtudes” –en latín, virtus–.
Pero como los filósofos son buscadores de la verdad, la idea es
encontrar un criterio de qué temer y qué no temer, que no obedezca a la
opinión de cada cual, sino que sea un criterio cierto. ¿Cómo lograrlo?
La solución planteada es que el criterio debe basarse en las leyes de la
Naturaleza, las cuales nadie puede inventar; si acaso, descubrir.
Los humanos, según enseñaban antiguamente, somos una realidad
espiritual –llamada Nous–, que es el Yo, y poseemos unos vehículos
llamados Psyké y Soma: la psiquis y el cuerpo.
En este teatro de la vida, el Yo es el actor y la psiquis con el cuerpo son la máscara, llamada personae, que adquirimos al nacer y que dejamos al morir.
Sabiéndonos el Yo y no su máscara, lo primero que debemos temer es
perdernos a nosotros mismos: ser esclavos de los vaivenes de la psiquis o
de los apetitos del cuerpo, y con ello, tener miedo de las
consecuencias de nuestros pensamientos y sentimientos, y de los actos
que nacen de ellos.
Esto se desarrolla con fortaleza.
¿Qué es la fortaleza?
La fortaleza, dice el filósofo estoico Epicteto, es el resultado de
un entrenamiento o de una vivencia puesta en práctica. Consiste también
en una recta opinión, conforme a la naturaleza, de saber qué debe mandar
y qué debe obedecer, y es sinónimo de templanza. Lograr vivir esto de
forma plena requiere práctica.
¿Debo mandar yo o mis pensamientos? ¿Debo hacer todo lo que mis
emociones quieren? Cada vez que el cuerpo me reclame, ¿debo hacerle
caso? Evidentemente, no: nos debemos controlar.
El ejercicio de este control es lo que va fortaleciendo ese músculo
espiritual llamado voluntad y nos va facilitando a su vez dicho control.
Es como un gimnasta que practica y cada vez logra más, gracias a ello.
Una recomendación para desarrollar la templanza es usar la voluntad
junto con la razón y la inteligencia, reconociendo qué es lo que nos
pasa, y qué no pasa: lo que nos pasa, pasa, se va; lo que no pasa, lo
que queda luego enredado o satisfecho de los resultados, ese es el Yo.
Proyectar en el tiempo qué va a pasar si le doy el gusto a mis apetitos o
a mis emociones y pensamientos, también nos permite “vernos” en el
futuro y decidir si queremos ser o vivir “eso”.
Cuando el Yo se impone, puede controlar los frutos de sus actos y el
desarrollo de su vida y decir que es dueño de su vida. Entonces
aparecerán características interiores propias del Nous: algo de belleza,
de bondad, de armonía y veracidad, señales claras de que hemos
desarrollado un buen carácter.
Por Hernando Chiari
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